Mi niñez, luego mi juventud, era un constante descubrir tras el velo que difuminaba la realidad por los miedos, imposiciones y amenazas de los peligros que acechaban a alguien que prácticamente lo desconocía casi todo, sino todo. Siempre hubo otros niños menos condicionados, que te ayudaban a ir un poco más lejos y traspasar esos frenos anticipados para que no sufrieras los contratiempos propios de las recreaciones naturales a esas aventuras dentro del municipio y el pueblo.
El río, era uno de esos lugares fascinantes y maravillosos que te atraían como una tentación a descubrir la vida insólita de otros seres vivos que para su estabilidad allí acudían, algunos habitaban y anidaban, otros pertenecían a su medio, donde la vida se hacía muy presente y dinámica. Su corriente era como una tendencia que nos empujaba a ir siguiendo el curso, poco a poco. Así son los ríos, constantemente fluyendo a su destino, a nosotros nos era limitado ir por propia cuenta, con otros niños, era un riesgo y una posibilidad de aventura que, quizá, no pudiéramos controlar.
Así, el río, fue parte de un escenario, de mis sueños, de propuestas infantiles y travesuras juveniles. Alguna vez fui siguiendo su trayectoria hasta Villavicencio o muy cerca, atravesando su demarcación territorial, la raya, así solía decirse frecuentemente, que me daba una sensación muy exclusiva, como un triunfo sobre las propias barreras psicológicas.
Otras, observando todo un constante acontecimiento y muchas sensaciones, remontábamos el cauce de nuestro río Valderaduey hasta el Molino, luego hasta la Fábrica, solitaria y derruida pero firme como un símbolo propio y patrimonial, de un pasado superado, hasta llegar a Castroponce de Urones.
Descubríamos serpientes, que primero se enrollaban, levantando la cabeza en actitud de defensa y pasado su primer miedo se estiraban autopropulsándose y se perdían por las marañas y frondas de la ribera; los hurones, luego supimos y comprobamos que eran ratas de río, que saliendo y entrando de sus madrigueras nos revelaban su habilidad para desenvolverse en su versatilidad territorial terrestre y también acuática, tenían su entrada a las galería muy cercana al agua aunque también había otras muy cerca de los juncales.
Comentábamos y descubríamos otros, que eran competencia, uno de sus alimentos preferentes eran los cangrejos y peces pequeños…Una de nuestras aficiones era ir, en familia, a pescar con ratel cangrejos ¡Qué dificultad hay ahora de poder avistar y observar toda esa diversidad faunística! ¡Alguna queda! Pero no tan diversa. Es la consecuencia del envenenamiento que han sufrido estos caudales rurales resignados a su triste suerte. Las ranas, los patos salvajes, las gallinetas de agua, las carpas, otros peces que no sé su nombre, pero he conocido sus saltos elásticos y fulminantes para conseguir algún insecto, las anguilas que algunos mayores pescaban formando barreras de lodo cuando el cauce disminuía, casi hasta desaparecer en el verano, palomas, águilas, aguiluchos, zorros, todos transitamos por este río y sus riberas, llenas de juncos, juncias y carrizos. En alguna ocasión, que el río se secaba, sobre todo en el verano, hacíamos casetas muy francas y artesanales de juncias y carrizo, para tener nuestra intimidad recóndita en medio del río.
Siempre me ha sorprendido tener irrefutable memoria de mi pasado lejano. Hay para quien todo ha pasado inadvertidamente, como que fuera una imaginación o desvarío. En todo esto sospecho una indicación de la sensibilidad hacia el medio ambiente y la naturaleza que hemos vivido, en mi caso prematuramente; esto me alejaba de ese disfrute ordinario por el daño, transgresión y ultraje a los animales, tan acostumbrado y sin perjuicio remanente.
Un día pensé que sería extraordinario conocer su discurrir, caminar y marchar paso a paso por su depresión, o el malecón de la concavidad de su paisaje, como lo hicieran nuestros antepasados pobladores de Tierra de Campos, venidos por el valle del Duero. Sentí ciertas limitaciones por el desconocimiento que representaba su tránsito y su desafío natural. La oportunidad se ha presentado y la hemos aceptado cinco personas cada cual con sus ilusiones y diferentes motivaciones: Rosa, Nina, Paco, Gilberto y yo mismo.
Hemos recorrido el río Valderaduey desde Becilla del mismo nombre, hasta Mantinos, pasando y haciendo estacionamiento en Renedo, San Pedro, Sahagún, Carvajal de Campos, Santervás de Campos, Cabezón. Y hay unos nombres que se han quedado grabados en una generosidad humana que ha sido descubierta en las gentes que fuimos encontrado, no voy a nombrarles a todos pero nos han acompañado y alentado, de principio a fin y es agradecido. Hemos llegado a la emoción en muchos momentos y en otros hemos sentido que ese camino no ha terminado, sino que ha empezado y habrá una futura concurrencia y encuentro.
Han trascurrido, cuatro días, en cuatro etapas de unos 20 Km, aproximadamente, que han durado de cinco a seis horas diarias. Fotos, descansos, incidencias y a la llegada del medio día el refrigerarse con la ayuda de una buena ducha, una comida merecida que esperaba. En Santervás visitamos, sus lugares más emblemáticos y nos informamos del V centenario del descubrimiento de la Florida, por uno de sus hijos explorador y conquistador don Juan Ponce de León, que fuera a la vez gobernador de Puerto Rico. En Grajal de Campos visitamos el Palacio de los Condes del mismo, el Castillo y nos mostraron su exquisita voluntad de mantener un patrimonio que necesita mucha ayuda, cuando esta es muy puntual y tardía, Sahagún de Campos nos recibió y nos albergamos muy bien, tan rica en historia y monumental, que mejor no digo nada para que no sea intrascendente y banal.
Al final nos esperaba Mantinos, de acuerdo de la Confederación Hidrográfica del Duero, el río Valderaduey, nace en la Cordillera Cantábrica, al sur en este término Municipal. Esta zona es frontera entre las provincias Palencia y León, muchas son las opiniones, en cada pueblo por dónde hemos pasado incluyendo Mantinos, lo propio de la expresión de nuestras región recia y critica, pero con gente noble y honesta muy aferrada a una opinión y una conducta muy individualizada e insatisfecha en la propiedad de la expresión, pero tan pasiva a reclamar su historia.
El Instituto Geográfico Nacional, concluye que el río Valderaduey va tomando diferentes nombres, pero nuestro río nace en un paraje hermoso, con una diversidad y riqueza de las mayores de España en variedades de su flora. El paramo una altiplanicie que hay que subir por vaguadas empinadas está cubierto de brezo de múltiples variedades, con diferentes colores de floraciones, que nos sorprendió, pastizales, pinares de repoblación, que recuerda a la Selva Negra en Baviera, Alemania; totalmente intransitable por su densidad arbórea y robledales de un tamaño mayor de lo que encontramos en el resto de nuestro país. Como en tantos sitios la llegada romana modifico su paisaje para el aprovecho del los cultivos y explotación de sus riquezas mineras y en esa especie de altiplano se cultiva el centeno, que resalta de nuestros cereales más menudos, muy crecido.
En adelante haremos una ruta y señales para otros que quieran hacer esta ruta de unos 100km de la Meseta castellana al Páramo de Mantinos al sur de la Cordillera Cantábrica.
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