A 26 kilómetros de la capital, dentro de Tierra de Pinares, se encuentra este municipio, formado por dos distritos: Portillo y Arrabal. Entre sus monumentos más ilustres destaca, sin duda, su castillo del siglo XV, disputado durante buena parte de la historia por reyes y nobles. Aunque esta fortaleza constituye tan solo un pequeño ejemplo de todos los tesoros que guarda el pueblo vallisoletano.
Portillo grande tierra de reyes y altas torres. Con este dicho popular ya se demuestra la gran riqueza patrimonial con la que contó el municipio a lo largo de su historia. Y es que, Portillo puede presumir de haber constituido uno de los pueblos más prósperos de la provincia desde su origen, el cual se remonta documentalmente al siglo XI, cuando doña Sancha otorgó el lugar al obispo Ponce y los canónigos de Palencia. Ya en 1460, Enrique IV de Castilla donó la villa al conde Benavente Alonso Pimentel.
Actualmente, el monumento más conocido de Portillo es, indudablemente, su castillo, declarado Monumento Nacional. No existe una fecha exacta de la construcción de dicha fortaleza pero los historiadores la datan en 1370, tras el testamento del infante Tello. Ya durante el reinado de Juan II, el castillo fue pasando por las manos de diferentes señores, hasta que el Rey donó la villa de Portillo con su castillo a Álvaro de Luna como recompensa por sus hazañas. Pero este, hasta el momento favorito del rey, cayó en desgracia y fue hecho prisionero y reclutado en el castillo en 1453, convirtiéndose así en el preso más ilustre de la fortaleza portillana.
Tras arrebatarle a su hermano Alfonso todos los legados, Enrique IV realizó obras de renovación en el castillo, como la elevación de la torre y la construcción del cuerpo palacial, lo cual dio lugar a una nueva moda en la construcción de castillos, que los historiadores llamaron “escuela de Valladolid”. Años más tarde, el Rey donó la villa y su castillo al conde de Benavente, Rodrigo Alonso Pimentel. Este también realizó importantes obras en el castillo: mandó construir la muralla circundante con fosos, el patio de armas actual y un pozo con escaleras de acceso y salas subterráneas. Por eso, también recibe el nombre de Castillo de los Condes de Benavente. En la actualidad, el castillo se encuentra en propiedad de la Universidad de Valladolid, gracias a Pío del Río Hortega, el cual lo dejó en herencia a la Facultad de Filosofía y Letras.
Pero su castillo no es el único monumento a resaltar de Portillo. En tiempos pasados, llegó a contar con siete iglesias, de las que actualmente se conservan tres. En primer lugar, se encuentra la de Santa María, actual parroquia de Portillo. Esta data del siglo XVI y en ella destaca una escultura de la Piedad, procedente de la escuela de Juan de Juni. Además del retablo mayor barroco de principios de siglo, que presenta una escultura de la Virgen con el niño.
Las otras son las de San Esteban, de época medieval, aunque reconstruida en el siglo XVIII, y la de San Juan Bautista, del siglo XVI y actualmente convertida en bar. Está situada en la plaza de la villa y su antiguo retablo se encuentra actualmente en el palacio arzobispal de Valladolid. En Arrabal de Portillo, cabe destacar la Iglesia de San Juan Evangelista, declarada bien de interés cultural en 1998. Fechada en 1570, está compuesta por tres naves y su retablo del altar mayor cuenta con tallas dignas de admirar, ya que recuerdan a dos grandes escultores de la región: Juan de Juni y Alonso de Berruguete.
Para conocer un pueblo en profundidad es necesario pasear por sus calles y contemplar cada uno de sus rincones. Portillo no es una excepción para esta regla. Por eso, recorrer todos sus recovecos nos permite descubrir otros monumentos, como Los Tres Arcos, una estructura arquitectónica compuesta por un trío de arcos de medio punto realizados en ladrillo. Antiguamente, constituyó una puerta de acceso a la plaza, abierta en el siglo XVIII. Además, el municipio conserva diversas puertas de entrada de la antigua muralla, como el Arco Grande y el Arco Pequeño, recientemente restaurado.
Dejando a un lado toda la riqueza cultural que posee el municipio vallisoletano, si por algo es conocido Portillo en todo el planeta, es por sus riquísimos mantecados. Pisar el pueblo y no probar uno de estos dulces (además de comprar unos cuantos para la familia y amigos) está considerado un pecado de gran índole. Según varios documentos, los portillanos y arrabaleros llevan disfrutando de este manjar desde el siglo XV y en la actualidad se sigue elaborando de forma tradicional. También se le conoce como “bollo blanco”, “zapatillas”, “bollo bañado” o “portillanos”.
Cualquier artículo se queda corto ante todos los atractivos que ofrece este municipio vallisoletano. Para comprobarlo, tan solo tenéis que llegar hasta allí, pasear por sus calles, conocer su historia, observar cada uno de sus rincones… A lo mejor así podréis descubrir más secretos de esta preciosa villa, que a pesar de estar dividida en dos, todavía conserva el encanto de una época ya muy lejana.
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