A mi tío Alfredo se le va acabando la gasolina. Pensaba que este verano se recorrería algún pueblo más de los de las Rutas de Delibes. En fin… Al menos en septiembre le llevaron a ver Castromonte. “Me pueden quedar –me decía hace unos días- siete u ocho pueblos más para finalizar las Rutas”. No sé si le alcanzarán las fuerzas. A mí me gustaría que mi tío viviese siempre y también me gustaría terminar toda esta serie de artículos que escribo a partir de lo que me cuenta mi tío Alfredo.
Vamos con Castromonte, con la jornada que Alfredo pasó en el pueblo. Ni que decir tiene que el día fue caluroso, como todos los de septiembre. Alfredo, que antes se había leído los textos que sobre Castromonte ofrecen los folletos de las Rutas de Delibes, se lanzó con cierta curiosidad a conocer este pueblo de iglesia y campanario, de piedras y de cigüeñas. Cierto es que Alfredo me vino a preguntar por algunos datos del texto que a él se le escapaban. Porque él había leído en El último coto lo siguiente:
"Pero nuestras cacerías de entonces apenas tenían otro objetivo que el de abrir boca para la merienda, bien en Castromonte, en casa de Genuino –morcillas, jamón y chorizo de olla-, bien en el refectorio del convento donde los hermanos preparaban una liebre con alubias tan empachosa que uno quedaba inhabilitado para reanudar la cacería, de forma que la jornada terminaba indefectiblemente junto a un bardo, tirando conejos a toro suelto, mientras el tibio sol del membrillo se iba acostando tras las atalayas del carrascal"
Acabado el texto me llamó mi tío y me preguntó:
-Pero, ¿quién es ese Genuino que ya he leído en otros pasajes?
-Tío, ese hombre llegó a ser secretario de Castromonte, amigo de Delibes. Fíjate que cazaron juntos muchos años y que después, en los 80, Delibes cazó con su hijo Jesús María en el coto “El Bibre”. Acuérdate de que de aquellas cacerías surgió el libro que me mencionabas, el de El último coto, el de 1992.
-Y luego supongo que cuando habla de los hermanos serán los de La Salle, ¿no?
-Exacto. Ya hemos hablado otras veces que Delibes estudió el Bachillerato en el colegio de Lourdes, el de los hermanos de La Salle en Valladolid. Le fue muy bien allí. Por el Lourdes pasaron también sus hijos y unos cuantos de sus nietos.
Alfredo entró en el pueblo con tres palabras en la cabeza: oveja, cebada y lechazar. Las tres palabras que los autores de las Rutas de Delibes relacionan con Castromonte. Ovejas churras se le aparecieron poco antes de llegar al pueblo. Y digo churras porque mi tío es de los que no confunde una churra de una merina, las dos razas más comunes de la meseta. La merina, dedicada a producir lana y la churra, para carne. Cebada-cebada, así, con espiga, no pudo ver. Las tierras andaban ya cosechadísimas en septiembre. El tono amarillento de algunos campos delataba su presencia, eso sí. Y tampoco pudo ver lechazar a ninguna oveja. De haber conocido a algún pastor de la zona… Pero no era el caso. Al menos, el que mi tío conociera que lechazar significa parir corderos lechales le hizo recordar sus tiempos infantiles con el pastor de su pueblo.
En la plaza del pueblo, junto a la marquesina donde se espera al autobús, han colocado la D de Delibes. Apoyó mi tío los brazos sobre esta piedra de 900 kilos que lleva el letrero de “Las Rutas de Delibes” y una placa con un texto del escritor en el que nombra a Castromonte y observó la iglesia a escasos 20 metros. Iglesia de piedra, abarrotada de cigüeñas, de tejado sólido y restaurado, plaza adoquinada y abundancia de piedra también en las calles adyacentes. ¿Quién dijo que la provincia de Valladolid es toda de adobe? Siempre me recalca mi tío Alfredo que al viejo adobe hay que sumarle unos cuantos pueblos aspergeados por la provincia construidos a base de piedra.
Acabó Alfredo el recorrido bajando la cuestecita que da a las huertas que en Castromonte se agrupan junto al río Bajoz. Allí se dio cuenta del peso secular que tiene Castromonte y el pueblo de al lado y el de al lado. ¡Cuánto envidian los canadienses, con 150 años de vida como país, las piedras de nuestros pueblos, nuestras comidas, nuestras costumbres de siglos, nuestras procesiones…! Animo a mi tío para que se haga otro viajecito por los pueblos de Delibes antes de que llegue el frío (si es que llega este invierno). Oyéndole hablar de estos viajes me doy cuenta de que esto de las Rutas de Delibes es mucho más sencillo de lo que parece. Cada uno se lo puede preparar y disfrutar como quiera.