En casa, nunca llamamos al monasterio de Santa María de Valbuena (Valladolid) de esa manera. Para nosotros, siempre fue el monasterio de San Bernardo. El santo, a varios metros de altura sobre el suelo, está visible y muy visible en uno de los laterales del monasterio, mirando al grupo de casas que se hicieron en tiempos de Franco.
Fachada y santo parecieran de piedra. La pared que protege el monasterio, sin duda, lo es. Pero el santo… Recuerdo la primera vez que fui allí con mi familia. Al llegar donde estaba San Bernardo, mi padre cogió unas cuantas piedras pequeñas y comenzó a lanzárselas al santo. Yo no entendía aquel comportamiento y le pregunté: “Pero… ¿qué haces?”. Antes de que me contestase, obtuve la respuesta. A la tercera pedrada, mi padre atinó a darle al santo, ¡un santo metálico! Mi padre había lanzado esas piedrecitas para que yo me diese cuenta que de San Bernardo, lejos de ser de piedra (como lo parecía a todas luces) estaba hecho de metal.
Accedimos finalmente al interior del monasterio en el que había vivido mi abuelo hasta los 9 años. Se podría pensar que mi abuelo fue una especie de Marcelino pan y vino, pero no. Después de Mendizábal, el simpático ministro del XIX que incautó los bienes de la Iglesia, aquel monasterio pasó a manos privadas. Mi abuelo, y sus padres y hermanos, vivían dentro del monasterio porque el padre de mi abuelo trabajaba para la dueña de todo aquello.
Al principio, la familia Pardo-Coello (los dueños) tenían a mi bisabuelo como un trabajador en la finca, pero un día la dueña lo llamó a Madrid. Fue a verla mi bisabuelo y ya volvió con elcargo de administrador de todo aquello, monasterio y tierras. El que mi bisabuelo Gorgonio se hubiera criado junto a su tío Gorgonio, cura vallisoletano, le había dado ciertos conocimientos que quizá la mayoría no tenía.
Como administrador del monasterio de San Bernardo, mi bisabuelo Gorgonio vivió con su mujer y sus cinco hijos dentro del monasterio, hoy sede permanente de las Edades del Hombre. Mi abuelo, que también se llamó Gorgonio como su padre y su tío cura, me contaba que en aquel tiempo, tal era la abundancia de caza menor, que cazaban conejos apostados en las ventanas del monasterio que quedan a mano derecho según se va hacia la iglesia.
Mi bisabuelo, además de administrador de San Bernardo, era un gran jugador de pelota. En aquellos últimos años del siglo XIX y principios del XX, el juego de pelota tenía mucha fama en toda Castilla. Todos los pueblos (o la gran mayoría) contaban con una pista para poder jugar. Mi bisabuelo llegó a jugar en Peñafiel, Aranda de Duero… De uno de aquellos juegos salió mi bisabuelo con la camisa sudada y, no sabemos si cogió frío o qué es lo que pudo pasar (mi bisabuela siempre dijo que lo habían envenenado), falleció al mes siguiente.
Corría el año 1907 cuando enterraron a mi bisabuelo y la aventura del monasterio de San Bernardo se acabó para la familia. A mi bisabuelo lo enterraron a la entrada de la iglesia del monasterio, junto a la primera columna a mano derecho. Le hicieron una especie cuadro en el que recordaban que Gorgonio Urdiales Moral había sido administrador de aquella finca. La tumba llevaba baldosas de cerámica y se mantuvo así hasta después de la guerra.
Mi abuelo había disfrutado de la vida en el monasterio hasta los 9 años. Tras el fallecimiento de su padre, la familia regresó a Castrillo Tejeriego, su pueblo natal y mi abuelo tuvo que ponerse a trabajar como labrador. Pasada la guerra, mi abuelo y su mujer e hijos, volvieron por San Bernardo. Los niños, que llevaban calcetines blancos, salieron del monasterio con los calcetines negros por la abundancia extrema de piojos.
En 1989 visité el monasterio con mi abuelo y otros parientes. El cura de entonces, don José Luis, que conocía a mi abuelo y sabía que su padre había sido el administrador de San Bernardo, nos permitió visitar su interior. Todo llevaba demasiado tiempo muy abandonado (salvo la parte de la iglesia). En la visita, casi habló más mi abuelo que el propio cura. Las vivencias de mi abuelo en aquellos años del cambio de siglo, resultaban únicas.
La tumba de mi bisabuelo ya no tenía nada visible. Las últimas obras en la iglesia la habían cubierto. Sí que quedaba la placa en la que se decía que allí estaba enterrado el administrador de San Bernardo. Hoy ya no queda ni la placa. Cada vez que visitamos la iglesia, rezamos delante de la tumba de mi bisabuelo, invisible, pero que está bajo una de las piedras junto a la primera columna a la derecha.
Mis bisabuelos y mi abuelo y sus hermanos, por esas cosas que tiene la vida, hicieron un paréntesis en el modo de vida habitual de los Urdiales durante generaciones: la labranza. El monasterio de San Bernardo le brindó a mi abuelo la oportunidad de corretear por el claustro o jugar al escondite en una sala capitular. Un sueño que le duró apenas 9 años pero que le acompañó gratamente los 82 años restantes de su vida.
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