Un día cualquiera te apetece hacer una salida por la provincia o la región para escapar de la ciudad y evadirse. Elaboras una ruta o decides improvisar y dejarte sorprender. Unas señales turísticas de color violeta te van indicando los lugares más cercanos y destacados, con el nombre y un pictograma del monumento más representativo del sitio de interés. Cuando llegas al lugar deseado, te dejas llevar y sentir; te encuentras frente a frente con el monumento del pictograma, quieres informarte sobre él y descubres el clásico cartel turístico ¡Qué maravilla! Pero ese cartel es ilegible, está borroso, roto o un objeto opaco dificulta la lectura.
Posiblemente os suene esta clásica historia y se os venga a la cabeza un ejemplo en vuestro propio pueblo o en cualquier ruta que hayáis decidido emprender. Habrá quienes defiendan que con las nuevas tecnologías estos carteles se queden obsoletos y ya no salga rentable renovarlos o mantenerlos. Ahora con los móviles, es fácil acceder a la página web de la Diputación, Ayuntamiento o la imprescindible Wikipedia. Pero aunque parezca imposible pensarlo, la cobertura en muchos de estos lugares no es la más dinámica y a muchas personas les incómoda tener que utilizar un móvil, cuando precisamente una de las causas de emprender estos viajes es alejarte de él lo más posible.
También existen esos carteles ilustrativos que señalan en los miradores los lugares que las impresionantes vistas permiten observar. Pero esos carteles están difuminados o desteñidos, y no queda otra que mirar y apostar que pueblo será aquel, y que montañas son aquellas que se ven a lo lejos. Internet en este caso no ayuda demasiado.
Luego, tenemos a nuestra disposición aquellos carteles que señalan rutas naturales con la fauna y flora de la zona, y que incluso te dicen la especie del árbol o arbusto que tienes delante o el tipo de ave que sobrevuela tu cabeza. De la mayoría de estos, solo queda un papel mojado con un cristal roto, o solo deja entrever lo que la flora que precisamente quiere indicar permite. De nuevo, Internet no resuelve tus dudas.
Puede que parezca una tontería o una nimiedad en comparación con los grandes problemas que arrastra el patrimonio turístico. Pero no es tanto cuestión de utilidad, sino de la imagen que queremos ofrecer a los turistas que ajenos a nuestra cultura deciden acercarse a conocer las tierras castellanas. Los paisanos estamos acostumbrados a este tipo de dejadez, e incluso llegamos a defenderlo, alegando que nuestra provincia tampoco posee una afluencia turística como para mantener algo que solo valdrá para los cuatro gatos que en una loca aventura decidan darse un paseo por alguna de estas fantasmales rutas.
Este pensamiento, a simple vista, llega a ser razonable sino entendemos la verdadera realidad que se esconde detrás. Si nosotros mismos no defendemos y valoramos lo que tenemos, porque alguien de fuera habría de hacerlo. Si estos potenciales turistas asimilan la idea de que no merece la atención, esa ruta se abandonará y los carteles se convertirán en meros recuerdos de una iniciativa con buenas intenciones. Es el pez que se muerde la cola.
No os engañéis, la culpa no es enteramente de las instituciones provinciales y regionales, pues estas, conscientes de la realidad dejan de invertir en algo que no resulta rentable y olvidan estos lugares en favor de otros que despierten más interés en el turista.
¿Qué es Urueña, la Ribera de Duero, Peñafiel o Simancas en comparación con Montalegre de Campos, Fuenteungrillo, Tiedra, Curiel o Villalba de los Alcores? Es una guerra entre éxitos y fracasos de inversiones, que crean tantas diferencias entre unos lugares y otros, que se hacen insalvables e visibles en el mapa turístico.
Al final todo es cuestión de imagen, y los carteles turísticos son el muerto reflejo de una cultura de ignorancia y autocrítica constante. Pero siempre existirán personas que se aprovechen de la situación y decidan enfrentarse a la dura realidad; locos que quieran devolver a estas tierras su verdadero lugar en el mapa y que señalen lo que los carteles no consiguen.
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