Una de las mayores virtudes de Castilla y León, y también una de las más desconocidas, son esos pequeños pueblos que llenan con su silencio la mayor parte de su territorio. Poblaciones a las que se llega o queriendo o perdiéndote, pero que sorprenden por su arquitectura y personalidad. Barcial de la Loma, en la Tierra de Campos vallisoletana, es uno de estos inesperados lugares que resplandecen nada más acercarte a su núcleo, con un conjunto de palomares muy bien conservados y con una infinitud de detalles que lo hacen muy especial.
A media mañana las campanas de la iglesia de San Pelayo de Barcial de la Loma rompieron el silencio latente que habita en sus calles. Decenas de palomas salieron despavoridas de su alto campanario, aturdidas por el fuerte sonido repentino. Era hora de misa, una celebración que cada domingo del año se convierte en el mayor evento social del pueblo, reuniendo buena parte de sus pocos vecinos. Momento, que también es una oportunidad única para aquellos curiosos que desean contemplar lo que esconde la iglesia tras sus muros.
Los curiosos atravesaron sus puertas y echaron la vista hacia arriba para ver por primera vez aquello por lo que habían venido. Un artesonado mudéjar cubría por entero buena parte de la techumbre del templo, presentando mayor complejidad en su fábrica a medida que se acercaba al altar donde descansaba un magnífico retablo plateresco. Por desgracia, el artesonado presentaba un aspecto muy desmejorado, con podredumbre en su madera y varias piezas caídas debido a las humedades causadas por un aparente mal estado de la cubierta.
Galería de fotos de los artesonados y capillas de la iglesia de San Pelayo Barcial de la Loma
Puede que esta historia te suene, pues no es extraño en Castilla y León, y especialmente en Tierra de Campos, encontrarse con escenas semejantes. Vestigios del esplendor del pasado abandonados y en ruinas, cerrados, en propiedad privada o abiertos al culto pero necesitados de una urgente intervención. La iglesia de San Pelayo es una más de una larga lista de lugares malditos que solo llenan libros de arte de bibliotecas públicas y privadas, pero que muy pocos conocen. Lugares en los que cada año pasado hace más difícil, y caro, su rehabilitación.
Una realidad que en Barcial de la Loma toma un matiz importante. Con una población de 91 vecinos censados, se levanta en una zona de Tierra de Campos donde para llegar hay que desviarse a través de una maraña de carreteras secundarias que surcan las suaves ondulaciones de un terreno recubierto de sembrados que se extienden hasta el horizonte. Su remota ubicación, en cambio, no impide que una buena cantidad de los muchos palomares que salpican su periferia luzcan íntegramente su particular arquitectura.
La primera sensación al llegar a un pueblo es muy importante, y cuando ves no solo uno, sino varios insignes palomares como en un principio se construyeron, con el tejado en su sitio, percibes que en esta localidad todavía se mantiene una chispa de esperanza. Y es que en Barcial de la Loma, los pequeños detalles dan una pista de su carácter optimista y orgulloso.
Un castillo, un arco solitario, y un banco donde reflexionar
El municipio, más allá de los palomares, cuenta con los restos de un robusto castillo que conserva parte de las paredes que lo conformaban como fortaleza en el siglo XVI. Pero no es la única ruina, pues un desamparado arco de piedra llama la atención nada más entrar llegando desde la carretera de Villafrechós. Un regalo accidental nacido de años de abandono, al ser lo poco que ha resistido de la antigua iglesia de San Miguel, en ruinas desde 1755. Remembranzas que ahora son un atractivo más, ofreciendo una simbólica estampa con los campos y palomares a sus espaldas.
El tiempo es una tempestad despiadada cuando no tiene vida con la que enfrentarse y, aunque en Barcial de la Loma ha ocasionado fuertes estragos, hay algo que ha potenciado: el silencio. Un atributo del que cada vez somos menos conscientes, pero que estos parajes adquiere una deliciosa melodía. Porque si te paras a escuchar no oirás apenas ruidos artificiales, ni voces de personas. Sintonizarás un sonido de pájaros cantando despreocupados o la brisa del viento chocando con los pocos edificios que se encuentra a su paso.
Y uno de los mejores lugares para disfrutar de este ilusorio silencio está en un asiento muy especial. A las afueras del pueblo, en uno de sus palomares rehabilitados, muy cerca de la carretera hacia Villafrechós, un grupo de bancos ordinarios colocados estratégicamente te brindarán unas austera pero hermosa panorámica, pero también un momento para detenerse. En uno de los muros de este palomar hexagonal se posiciona una placa en recuerdo a un joven concejal del pueblo, fallecido por enfermedad a los 23 años en la primavera de 2020. La idea de su rehabilitación fue suya porque, quizás, él sabía el poder de este lugar.
“Que bonita es nuestra iglesia, ¿verdad?... Parece una catedral”
Barcial de la Loma brilla, no por su sobresaliente y bien conservado patrimonio, sino por todos esos pequeños matices optimistas y simbólicos que lo desempolvan. Algo que bien hacen saber sus vecinos, pues mientras los curiosos del comienzo de la historia dirigían sus miradas a la geometría del artesonado de la iglesia, una feligresa que iba a sentarse para la misa dominical preguntó — ¿Venís a rehabilitar nuestra iglesia? —. Los curiosos sorprendidos por la interrupción contestaron con sus miradas con un rotundo “ojalá”. La vecina continúo diciendo — Que bonita es nuestra iglesia ¿Verdad?... Parece una catedral —.
La belleza depende del paisaje del mismo modo que de la persona que lo mira, y si todos viéramos el pueblo y la iglesia como esta vecina, muy probablemente Barcial de la Loma dejaría de depender de sí misma, dejaría de ser un profundo desvío de la carretera principal.
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