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Foto del escritorPilar Martínez

A toro pasao…¿Qué hacemos con los encierros?

Llevo viviendo estos últimos años en un pueblo que dice tener en su haber el hito de ser el pueblo con los encierros más antiguos de España. Cuéllar y los cuellaranos, en este sentido, se jactan de ello y puede también que eso le dote de cierta tradición en el mundo de los toros. Aquí a los chiquillos enseguida se les fabrica un toro a modo de carretilla como juego para empezar desde pequeños a sentir esa pasión por los encierros.


Toros en Cuéllar

Sin embargo, los que venimos de fuera, lo vemos como algo emblemático de la villa pero sin terminar de sentirlo en las venas, de hecho a mí los encierros me producen una especie de sensación incómoda. Veo al toro y a la gente correr, algo que sucede en segundos, y lo único que deseo es que el toro no se detenga ni se caiga ni empieza a embestir a las talanqueras y que los mozos corran sin que igualmente se caigan ni les coja el toro y les meta un cuerno por el esternón. Cuando todo pasa, digo: ¡ale, ya está!.


Pero en los últimos tiempos, está cuestión ya no va siendo ni tan simple, ni tan bien vista ya no en Cuéllar, que es un lugar más en este sentido, sino en España y por ecos también en el extranjero. A toro pasao, como bien se dice,  los encierros del año pasado fueron de los peores que se recuerdan. Ya en el primer encierro hubo que lamentar la muerte de un hombre por cogida de toro en “ el embudo”, justamente en el lugar donde los toros comienzan el recorrido urbano, y a al tercer encierro casi en el mismo lugar un  toro murió extenuado.


El primer hecho fue  grave y enturbió la fiesta ya el primer día, pero el segundo resultó no serlo menos pues entraba en juego el hecho del tan cuestionado “ sufrimiento del animal” y la calidad de los animales de la ganadería contratada a tal fin.



En cualquier caso el debate se sirvió en bandeja de plata tanto para los detractores de los encierros como para los que en los encierros casi les va la vida.


No es fácil llegar a un entendimiento entre opiniones opuestas. El hecho de ver a un animal correr con la lengua fuera, con ojos asustados buscando ese pasillo por el que seguir escapando de ese azuzamiento constante y griterío, verlo incluso caer e intentar levantarse mientras le tiran de la cola,  embestir contra una valla para defenderse de ese encauzamiento al que se le somete sin que tal vez llegue a comprender adonde le conducen…puede dar pie a pensar que efectivamente el toro sufre algo que a ningún ser humano le gustaría en ningún momento sufrir.


Sin embargo, hay quien defiende que el toro ha nacido para eso y es lo que precisamente se espera de él, que sea capaz de correr en un encierro con bravura y con limpieza para cumplir con los cánones de toda una tradición, y las ganaderías deben ser muy conscientes de lo que se les pide de sus animales porque, no en vano, el mundo del toro mueve dinero como cualquier otro negocio que se precie.


Puestas así las cosas, sin que lleguen a ser tan simples pues quienes de esto entienden añadirían muchos más agravantes al tema, personalmente opino que si bien todo esto forma parte de la tradición, y muchos pueblos como Cuéllar, sin toros no tendrían sentido sus fiestas y su modo de celebrarlas, cabe establecer ciertos criterios: primero de respeto tanto para aquellos que defienden los encierros como para quienes no les gusta porque entienden que hay sufrimiento animal, y segundo de conservación y conocimiento de la tradición.


Interior Plaza de Toros de Cuéllar
Interior Plaza de Toros de Cuéllar

La tradición, guste o no gusten todas sus manifestaciones, forman parte de los lugares y del modo de sentir y de ser de la gente de los pueblos, ahora bien, en la medida que la sociedad avanza, también debe hacerlo consecuentemente la tradición. Para ello primero hay que conocerla bien, empaparse de ella para luego ver en qué punto de ese arraigo cabe matizarla para adaptarla a nuevas sensibilidades sociales.


Con los toros  utilizados en las tradiciones, hay que comprender que se trata en casi todos los casos de un desafío de fuerza entre hombre y animal, un desafío que posiblemente sufriríamos de igual modo si lo tuviéramos de frente de un modo casual en el campo y del que con miedo o con valentía nos enfrentaríamos a él, bien corriendo o cargando de algún modo contra él. Las diferencias son obvias, es innegable, pero el principio fundamental es ese; un desafío.


¿Qué puede hacer la tradición para evolucionar y poder mantener su arraigo y respeto frente a esas nuevas y cada vez más crecientes sensibilidades? Quizá la clave sea evitar la muerte como suerte final y el acoso y derribo animal.  Ver correr a un animal con bravura y fuerza puede ser hermoso, lo mismo que ver correr a un caballo o a un galgo.  Ver a la gente correr con los animales como si fuera una competición o junto a ellos, también puede ser hermoso, lo mismo que montar a caballo o correr con tu perro, pero nunca azuzando, golpeando o llevándolo por recorridos tortuosos y largos hasta la extenuación o tan estresantes que terminé embistiendo contra todo lo que le sale al paso y sin control.


Los extremos siempre son peligrosos porque después de ellos, no existen límites y con el mundo del toro ¡cuidado! porque quizá lo que no alcancemos aún hoy a saber es sí, efectivamente, por no matarle de una manera lo terminemos matando de otra; con su extinción.


Nos pueden gustar los toros con sus corridas, sus encierros pero sin la muerte de nadie, ni de hombres ni de animales. O pueden no gustarnos de ninguna de las maneras pero respetando las tradiciones y quienes las viven con arraigo en su pueblo. Creo firmemente que es posible si dejamos a un lado a mucho animalista absurdo que dudo mucho vaya descalzo y sin unas botas o zapatos de piel en sus pies.

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