Mañanita de niebla, tarde de paseo… o no. Mi tío Alfredo se acaba de recorrer con niebla por la mañana, niebla a mediodía y niebla por la tarde, los pagos de Villalar de los Comuneros.
Como ya es sabido, prefiere ir y venir desde Madrid en el día, a lo sumo hacer una noche, que quedarse por estas tierras diez o quince días para recorrer las Rutas de Delibes. Ya son edades muy avanzadas y la llamada del hogar, de la casa de siempre en el barrio de Usera junto a Isidora, su mujer, puede más que cualquier aventura literario-rural como esta de las rutas. El objetivo, si Dios le da salud a mi tío Alfredo, se cumplirá igualmente, pero partido a partido, como dice Diego Pablo Simeone.
Alfredo volvió a quedar con Jesús María Reglero, el que fue dueño del coto El Bibre, tan cazado y pateado por Delibes páter y Delibes filius. Volvieron a verse las caras en una de las salidas de la carretera de La Coruña. Volvió a montarse Alfredo en el todoterreno de Jesús. Volvieron a recorrer el Bibre, sus cuarteles y la parte del coto que da al término de Villalar.
El Bibre ya no es el Bibre. Tampoco es hoy de Jesús María Reglero. El Bibre comprendía entonces los términos municipales de Bercero, San Salvador, Vega de Valdetronco, Marzales y Gallegos de Hornija, todos de Valladolid. En lo alto de uno de sus tres cuarteles, el de Valmoro, Jesús se apea del coche e invita a Alfredo a contemplar el paisaje.
Han caído 70 litros en las últimas jornadas y la tierra está algo pesada para pasear. Llegados al cerral, todo es Castilla ante ellos… La Castilla de los Montes Torozos en la que cazó Miguel Delibes sus últimas perdices. “Todo lo que ves es el cuartel de Valmoro” dice Jesús a Alfredo satisfecho, casi como si aquello fuese obra suya. En la vega, al fondo, se descubre el pueblo de San Salvador, que se confunde con el terreno. Sus pocas casas de ladrillo apenas distorsionan entre otras de adobe.
Jesús Mª Reglero, el hombre que vio cazar a Delibes sus últimas perdices, está apostado ahora frente a Villalar y le cuenta a Alfredo: “Yo estoy seguro de que cada lunes esperaba a que llegara el domingo para volver a cazar. Yo luego le permitía algunas licencias, como venir a cazar con su hermano Manolo los jueves, cosa que él agradecía muchísimo”. Alfredo desvía la conversación hacia Villalar, que es el motivo de su visita. Mi tío Alfredo siempre fue del emperador Carlos y de su magna obra. Sabe Alfredo que los comuneros actuaron de buena fe, buscando lo mejor para Castilla, pero los hechos le confirman a mi tío en su devoción ante el emperador. Sé que él solo se arrodilla en misa y ante la tumba de Carlos V en el monasterio de Yuste.
Al subir la cuesta, el páramo les ofrece otra vez el ancho de Castilla. Están en el tercer y último cuartel: Las Peladas. El nombre ya habla de un cuartel sin vegetación alguna, casi desértico, lunar. Apenas unos palitos ordenados en filas a cierta distancia anuncian una reciente repoblación. Jesús sentencia que este es el mejor cuartel de los tres. Delibes recuerda en El último coto los tiempos de caza con Genuino, el padre de Jesús, en el Páramo de los Lobos, en Las Peladas: “En una temporada normal y en este cuartel de Las Peladas solíamos mover cada día entre ciento cincuenta y doscientas perdices para cobrar quince o veinte”. Fueron muchos años junto a Delibes, años en los que Jesús era directivo del Real Valladolid y llevaba de vez en cuando a algunos de sus jugadores a cazar con el maestro. Don Miguel, socio del equipo en su infancia, disfrutaba como si fuese un niño.
Antes de acercarse a Villalar, Jesús lleva a Alfredo a uno de los refugios para los cazadores que tenía el coto. Están ya muy cerca del pueblo. En unos minutos el coche para ante el monolito de las Rutas de Delibes en Villalar. La D mayúscula de piedra de Campaspero y 900 kilos de peso trae a su espalda el texto de Miguel Delibes: “Yo iba apalabrando con Jesús María Reglero la incorporación al nuevo coto El Bibre, dos leguas al sur de La Santa Espina, rayando con Tordesillas y Villalar de los Comuneros”. Allí, leyendo a Delibes, a la espalda de una trasera de madera desgastada y frente a lo que parece un depósito de agua, acaba mi tío Alfredo este viaje aderezado por la niebla perpetua de estos días de diciembre en Castilla.
Reportaje en el día de Villalar, 23 de abril (Ver aquí)
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