Después de la buena experiencia de Olmedo, mi tío Alfredo se había propuesto hacer enterita esta primera Ruta de Delibes por la provincia de Valladolid. Tenía el folleto en el que aparecen los cinco pueblos que la componen: Olmedo, Tordesillas, Villanueva de Duero, Villanubla y Villafuerte. Tenía también impresas las hojas que aparecen en la web de la Diputación de Valladolid: www.provinciadevalladolid.com. La información de la web es mucho más completa y me cuenta mi tío que cada parada de la ruta consta de un ave, una planta y un vocablo rural relacionados con Delibes y con el pueblo en cuestión.
El caso es que mi tío Alfredo se fue el pasado mes de agosto a Tordesillas. Como conté en el artículo anterior, mi tío es jubilado de la Renfe y viaja gratis en tren por España. Isidora, su mujer, que es más casera, tampoco le acompañó esta vez. Alfredo fue repasando en el tren los apuntes de esta ruta que le llevó hasta Medina de Rioseco. Para mi tío Alfredo Tordesillas es la ciudad del Tratado, de cuando España y Portugal se repartieron el mundo. Ahora, con estos papeles de la Ruta de Delibes, iba a conocer Tordesillas de otra manera. Era un nuevo modo de viajar: jubilado, sin prisas, de la mano de Delibes…
…Y en Tordesillas volvió a reencontrarse con el Duero, tantas veces cruzado cuando iba desde Madrid hasta su pueblo natal, Castrillo Tejeriego. Allí buscó el ave que le proponían en la ruta: al autillo. Y la encontró (Alfredo tiene muy buen ojo para los pájaros). Y buscó algún sauce y los había junto al río. Allí, junto al Duero, recordó los versos de Gerardo Diego: Nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. No era su caso. A mi tío le gusta escuchar el campo, olerlo, levantar la mirada como solo se puede hacer en Castilla. Recordó lo que dice Delibes de que “el cielo es tan alto en Castilla porque los labradores lo han levantado de tanto mirarlo”.
Mi tío contemplaba entonces el Duero, parte de la ciudad de Tordesillas, algunas tierras de cereal y no pudo menos que recordar sus años de mochil en el pueblo. Entonces, él solo hacía un viaje al día a las tierras adonde estuvieran los segadores. Tenía que llevarles para las cinco comidas de la jornada, con variantes, más o menos esto: pan con chocolate en onzas para desayunar; sopas de ajo tostadas, tortilla de escabeche o huevos para el almuerzo, que hacían a eso de las 10 de la mañana, hora del almuerzo, hora solar; el clásico cocido castellano, completo, al mediodía corrido; para la merienda los segadores habrían de tener fruta, ensalada de tomate y pepino o pimientos, Y para la cena, fresco, que así llamaban al pescado, si lo había, huevos duros o tortilla. Todo se acompañaba siempre del pan lechuguino de cuatro canteros, ya se sabe, el monumento al trigo y a los panaderos de Castilla.
A mi tío Alfredo se le podían haber pasado las horas muertas junto al río, pero se adentró en el pueblo. No quería dejar de visitar el Real Monasterio de Santa Clara y la Plaza Mayor. Aunque mi tío tiene ya tres cuartos de siglo, no se cansa y aprieta el paso cuando hace falta. A todo fue andando, por supuesto.
En estos papeles de las rutas, la palabra rural que nombran es “trapunta”, nunca empleada ni leída por mi tío. Resulta que la emplea Delibes en un libro nada conocido: Europa, parada y fonda. Lo cierto es que la trapunta son las prendas que no se lavan, mantas, colchas… No se esforzó por encontrar unas mantas tendidas al sol. Él también las tiene en casa. Lo del edredón es algo más moderno que no ha entrado en su bajo de Usera.
Me cuenta mi tío Alfredo que, al tomar el tren de vuelta, lamentó no haber tenido más tiempo en el río, en las calles de Tordesillas, incluso no haber tenido tiempo para releer algunos capítulos de Las perdices del domingo. En el tren de vuelta ojeó el folleto de esta primera ruta, repasó la extensa información que se da sobre el autillo, el sauce y la trapunta y preparó la excursión del próximo destino de esta primera Ruta de Delibes: Villanueva de Duero.
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