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Foto del escritorJorge Urdiales

El tío Alfredo, de Ruta con Delibes: Adalia

Un escalón, dos, tres… y en los soportales de la iglesia de Adalia mi tío Alfredo se sentó a leer el texto de Miguel Delibes sobre este pueblo:

Nada tan desconcertante para un cazador como aterrizar en un cazadero nuevo donde desconoce no solo los límites del coto sino las querencias de los bandos, y los posibles mataderos. Exactamente esto es lo que nos ocurrió ayer en el término de Adalia. Desde lo alto de una loma no divisábamos más que rastrojos quemados, pajonales desbaratados y los primeros barbechos de esta otoñada. Franqueándolos, nuevas colinas, aradas también, pero en  ninguna parte un perdido o una ladera agreste donde empujar a la perdiz e invitarla a aguardar (Cazadero nuevo, 30-X-88)
Adalia Ruta de Delibes

Alfredo había llegado hasta Adalia a través de la carretera de La Coruña con desvío en Mota del Marqués. Que Adalia esté situado entre dos pueblos históricos como Mota del Marqués y Torrelobatón no es cuestión menor. Alfredo, en su Castilla natal, respiraba de otra manera. Aquí en Adalia, todo le semejaba a su pueblo, Castrillo Tejeriego. Al recorrer sus calles, ¿qué vio? Pues casi la misma combinación de fachadas, unas de adobe, otras de cemento, allí una de ladrillo, allá esa de cal…


No se diferencian mucho unos pueblos vallisoletanos de otros y eso le alegraba a mi tío Alfredo. Adalia tiene, exteriormente, los componentes que se dan hoy en la mayoría de los pueblos de la provincia: una fuente junto a un contenedor azul de cartón, calles limpias, una iglesia con dos campanas en lo alto, una ermita a las afueras, traseras de metal que antes fueron de madera, tractores que antes fueron caballerías, ancianos que antes fueron niños, jaleo en verano, silencio en invierno, balcones con las persianas bajadas que no se han vuelto a subir en años…


Alfredo se callejeó Adalia en 20 minutos: calle Onésimo Redondo, calle Salvador, calle de la Fuente, la plaza, la carretera… Al llegar a la carretera se encontró con la D de 900 kilos que tiene todo pueblo por el que pasen las Rutas de Delibes. 900 kilos de piedra de Campaspero que llevan una placa con el texto del escritor que habla, en este caso, de Adalia. D mayúscula que indica que Delibes anduvo por el término municipal de este pueblo. Piedra limpia, lavada por las pocas lluvias que vienen del cielo en estos tiempos. Alfredo, reclinado sobre la D, contó cuatro coches y un tractor en los cinco minutos que permaneció allí, el campo a sus espaldas, el pueblo frente a él.


Adalia Delibes

Adalia es un pueblo que hace ya muchos años bajó del centenar de habitantes y que, en menos de media hora se puede recorrer a pie, pero es que mi tío Alfredo no busca otra cosa. A veces, la belleza de estos pueblos está en su silencio, sus adobes centenarios, su iglesia cerrada a cal y canto.  Alfredo, así me lo cuenta, se cruzó con una señora que venía de la calle Eduardo Calleja y con un Peugeot 205 blanco cerca de una trasera de chapa verde. Poco más.


Ese silencio dejaba a mi tío Alfredo escuchar el transcurrir cotidiano del pueblo y del campo: alguien andaba arreglando el tractor en un corral; más allá una señora hacía la comida con la ventana abierta y la radio puesta; cerca de la iglesia Alfredo pudo oler el guiso de lentejas que alguien estaba preparando; desde la calle Eustaquio Calvo se oyó el motor de un camión por la carretera y los pocos pájaros que quedan en Adalia se hacían notar en estas horas de poner la mesa y ver el parte en la 1.


A veces, mi tío Alfredo no busca nada especial cuando recorre las Rutas de Delibes. Busca reencontrarse con la provincia de Valladolid, con los mismos paisajes que vio Miguel Delibes. Las mismas tierras que conoció Delibes cuando se puso a escribir El último coto, el mismo ambiente que tuvo que saborear el escritor cuando, escopeta al hombro, daba una mano con su amigo Jesús María Reglero y el resto de la cuadrilla. Sumergirse en las Rutas de Delibes es hacerlo en pueblos silenciosos como Adalia, en el que se transmite mejor el ser de la Castilla rural.

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